22:49. Mañana me despido de mis hijas de nuevo. Odio la llegada de estos momentos aunque, poco a poco, los voy encajando.
Ha resultado ser un fin de semana completo el que acabo de atravesar. El sábado fue espectacular con las niñas. Una vez más no hemos parado de reir. Poco a poco toman sentido las palabras de mi hija descritas en la entrada anterior, » mucho más sonriente papá.»
Tal vez estos días en los que todo fluye, en los que 3 se convierten en 1, son los que tan difícil me hacen mirar la perspectiva de continuar sin ellas los próximos días.
No me engaño, tengo mi vida sin ellas y esa se produce cuando están con su madre. Esa vida que también me comienza a llenar no apaga esas sensaciones. Me lo hace más fácil, sin que sea una distracción. Mis hijas no son el motor de mi vida, me lo repito y me lo creo. Eso no quita para que sean y probablemente serán lo más importante que existe en ella.
El domingo también tuvimos bastante actividad hasta que su madre las recogió. Llegó con el hijo de su pareja en el coche, creo que tenían la celebración del cumpleaños de mi ex-cuñada. No me sorprendió ver al niño conociendo la continua «exposición» de mis hijas. Esto ni mejora ni empeora mi actitud hacia ella. Frialdad absoluta, no la miro, no le dirijo la palabra, si fuese posible preferiría no verla,… Se despidió de mi mientras me marchaba y le daba la espalda. Quedó sin respuesta.
Al entregármela horas después, en la puerta de casa, le costó soltarse de Alba, esto dificultado porque sabe que su presencia no es bienvenida dentro de casa. Evitó atravesar la puerta por mucho que la niña tiró de ella.
Para mi es algo físico que puedo comprobar, por desgracia, cada día. Si por la razón que sea Ágara entre en mi mente la expresión física de mi cuerpo cambia al instante. El gesto de mi rostro pasa a ser el de un profundo asco, no tengo mejor forma de definirlo. Además se produce de forma involuntaria.
Una pregunta llega ahora a mi mente. No quiero repetir nada con ella pero ¿La quieres? ¿Todavía la quieres? Se forma un nudo en mi garganta y no soy capaz de decir que no. Tengo claro lo que no quiero volver a vivir pero a esa pregunta no soy capaz de darle respuesta.
El tiempo que no he estado con mis hijas lo he pasado con Anabel. Esta vez sin hijos, sin otros niños ni adultos alrededor y con intimidad. Vamos a nuestro ritmo, sin prisas, con mucha conversación, caricias, besos, ternura y también miedo.
Puedo hablar por mi, me siento bien con ella, me gusta estar con ella, me gustaría descubrir más de ella,… por otro lado no espero nada. Esto es una bendición y cumple con el vivir sin esperar nada. Me facilita adaptarme a su ritmo cuando me lo pide y me permite expresarle que lo acepto pero me gustaría más. Al no esperar no existe la prisa ni el reproche. Creo que por parte de ambos está la certeza de que en el momento en el que algo no «nos cuadre» diremos hasta aquí y ambos estaremos bien.
Ninguno se esperaba estar aquí en este periodo de tiempo. Para ella ha sido una completa sorpresa. Para mi lo es no estar dentro de lo que había pensado como «normal», estar buscando sexo sin ni mirar a la cara. Ese no ha resultado mi camino y lo agradezco. Creo que eso no me habría ayudado.
Hemos continuado hablando de nuestras situaciones, de lo ocurrido estos días,.. hemos terminado abrazados, sintiendo nuestras pieles,.. Es curioso pero para ambos lo extraño no ha sido compartir besos o caricias. Lo más chocante ha sido entrelazar los dedos y que nuestras manos se abrazaran. Ese gesto ha sido, sin duda, el mas íntimo que tuvimos. Mucho tiempo compartiéndolo con otra persona que tanto significó para cada uno de nosotros. Ahora es diferente, ni mejor ni pero, es algo nuevo.
Cuando se ha marchado la he acompañado a su coche y algo de conversación le hemos dado a alguna vecina. No tengo nada que ocultar ni de que avergonzarme, ella tampoco.
Hoy hemos intercambiado algunos mensajes y le he hablado al respecto de mi percepción sobre lo que para mi son sus miedos. Ella no lo ha negado, le ha costado mucho llegar a este estado de tranquilidad en todos los aspectos de su vida. Tiene miedo, al igual que yo. La diferencia es que yo no temo equivocarme y ella necesita «verlo claro». No es que no tema equivocarme, acepto que me puedo equivocar, forma parte de la vida. Sé que en algún momento me hará daño o se lo haré yo a ella pero lo asumo como el riesgo para vivir y de sentir. Creo que ella no quiero asumir ese riesgo, o no de la forma tan fácil en la que yo lo expreso.
Esto forma parte de mi cambio. No hace mucho era como ella o posiblemente peor. Ahora camino con la certeza de que voy a caer pero sé que me levantaré. Su prioridad es su hijo, la mía mis niñas, pero yo he separado mi vida «de hombre» de mis hijas. Que yo me caiga no les va a afectar, eso me da una gran tranquilidad.
No les miento a mis hijas. Ayer me fueron preguntado por mis «actividades» durante el tiempo que estuvieron con su madre:
— […] Comí aquí en casa cariño.
— ¿Qué comiste? ¿Tú solo?
— No, con una amiga.
— ¿Cómo se llama?
— Ustedes ya la conocen, Anabel.
— ¿Y estaba su hijo?
— No cariño, él estaba con su padre. También están viviendo separados, como ustedes con mamá y con papá.
— Ahhh, no lo sabía.
Así de fácil, así de sano. No necesitó más respuestas. Su mayor sorpresa fue saber que también vivía separada.
Las niñas y yo hablamos mucho más y en algún momento se me inundaron los ojos de lágrimas. Tratamos el próximo cumpleaños de Aroha, esta vez será sin amigos. El próximo año será diferente, le he prometido, pero por el momento su padres, o al menos yo, necesitan un poco más de tiempo.
También hablamos de la celebración que habían tenido por el cumpleaños de su tía, mi ex-cuñada. Lo mucho que sentía no haber podido compartirla, ella es muy importante para mi pero de momento algunas cosas no son posibles. Es curioso porque ese mismo día le había dicho a Anabel que mi relación era inexistente con toda la familia de mi ex y probablemente así continuase. Sin embargo, en el caso mi ex-cuñada no me atrevía a decirlo eso, no me atrevía a «escupir para arriba».
— Ella es otra hermana para mi y puede que, más adelante, nos encontremos de nuevo.
Continuamos hablando, las niñas y yo, de su hermano o hermana perdida en nuestro primer embarazo no logrado. Me preguntaron como había sido el proceso, etc. Casi termino explicándole a Aroha «de donde vienen los niños». Ella misma fue la que me dijo que no estaba preparada todavía (creo que yo tampoco se lo habría contado, todavía no). En este momento tratamos la pena de esa perdida. Puede que después de todo no lo tenga tan cerrado como creía.
Por último les conté como sus abuelos maternos llamaban a sus hijas, a su madre y su tía, cuando estas eran pequeñas y no tan pequeñas. Sus motes cariñosos en casa, motes que yo también utilicé con ambas. Motes que ahora sólo son un recuerdo triste y cariñoso a la vez.
Aroha me mira con compasión cuando me emociono. Alba evita mirarme a los ojos en esos momentos. Yo no quiero ni puedo ocultarlo. ¡¡Papá siente vidas mías!!. Algunas de estas emociones han sido de alegría. Eran recuerdos alegres, lejanos pero alegres.
Ahora mismo tengo el nudo en la garganta y a la vez pienso en Anabel. Buff, menudo torbellino. La vida es un cambio continuo, ese cambio es crecimiento. Espero que crecimiento signifique evolución y que esta sea a mejor.
Mañana vuelvo a ver a Anabel, compartiremos práctica de yoga. Será su primera y espero que no última. Creo que el encantará, aunque ella diga que le parece poco dinámico.
Me retiro con mis hijas. Buenas noches mis amores. Mañana nos despedimos de nuevo. Las quiero con locura.